Conviene ahora que hablemos de las armas ofensivas y defensivas del soldado, ya que en esto hemos perdido del todo las antiguas costumbres; y a pesar del ejemplo de la caballería goda, alana y huna, tan adecuadamente protegida con armas defensivas, que debería habernos hecho comprender su utilidad, consta que en cambio dejamos a nuestra infantería descubierta. Desde la fundación de Roma hasta los tiempos del divino Graciano, la infantería siempre había estado defendida con la coraza y el yelmo (cataphracteis et galeis); pero cuando la negligencia y la pereza hicieron menos frecuentes los ejercicios, estas armas, que nuestros soldados no llevaban más que raras veces, les parecieron muy pesadas. Pidieron, pues, al emperador, primero, ser descargados de la coraza y, luego, de los yelmos. Habiéndose así expuesto contra los godos, con el pecho y la cabeza descubiertos, fueron a menudo destruidos por la multitud de sus arqueros; sin embargo, ni después de tanta calamidad que alcanzó hasta la ruina de tantas ciudades, ninguno de nuestros generales tuvo el cuidado de devolver a la infantería las corazas o los yelmos. Y así acontece que, al exponerse el soldado en la batalla a las heridas, piense más en la fuga que en el combate. ¿Y qué otra cosa puede hacer un arquero a pie, sin yelmo y sin coraza, que no puede sostener al mismo tiempo un escudo con un arco? Pero parece que la coraza y aun el yelmo son pesados para el infante que no los usa sino rara vez; en cambio, el uso cotidiano de estos los hace livianos, aunque hubiesen parecido pesados al principio. Pero aquellos que no pueden soportar el peso de las antiguas armas, deben ser obligados a recibir, en sus cuerpos desguarnecidos, las heridas y también la muerte, o, lo que es más grave y vergonzoso, a ser hechos prisioneros o traicionar la república con su fuga. Así, evitando el esfuerzo del ejercicio, se hacen degollar vergonzosamente como rebaños. ¿Por qué los antiguos llamaban muro (murus) a la infantería, sino porque las legiones armadas, además de la lanza y el escudo, también refulgían con las corazas y los yelmos?
Vegetius, Las Instituciones Militares dedicadas al Emperador Valentiniano II (375-392), I, 20, ed. de Nissard, París, Firmin-Diderot, 1878, p 688. Trad. del latín por Héctor Herrera C. En MARÍN, J., Textos históricos. Del Imperio Romano hasta el siglo VIII, Santiago de Chile, RIL, 2003, p. 59.
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Fuente: Mundo Tardoantiguo - Biblioteca Virtual
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